No solo de pan …

Si efectivamente las condiciones materiales de existencia determinasen el pensamiento y sus formas, como afirmaban los marxistas clásicos («El ser determina la conciencia», Marx dixit), resultaría bien difícil explicar la asociación positiva entre la abundancia material y el comportamiento suicida. Pero hay serias dudas sobre lo atinado de ese razonamiento materialista, ya que abundan las sociedades y las situaciones personales en las que la escasez es la condición habitual y donde a la vez es menos frecuente la conducta suicida. Es evidente que operan otras razones en muchas de las ocasiones en las que los individuos deciden quitarse la vida. Pero lo aparentemente chocante no es tanto que la escasez no auspicie el suicidio cuanto que la abundancia lo favorezca, como parece desprenderse de la observación del gráfico siguiente, que refleja el número de suicidios en nuestro país en los últimos treinta y siete años en relación con el acusado incremento de la riqueza personal:

 

PIB per cápita y suicidios España 1980-2017

 

Desde 1980 hasta 2017 el PIB/cápita se ha multiplicado por cinco y la tasa de suicidios se ha duplicado, pasando de 4,42 por 100.000 habitantes a 8,10 por 100.000 habitantes (y de 6,75 a 11,90 en los hombres y de 2,18 a 4,10 en las mujeres). Con un valor del coeficiente de Pearson entre ambas magnitudes para todo el periodo de r = 0,8462, parece claro que la asociación entre las mismas (al menos la estadística) es innegable. Las causas particulares de los suicidios individualmente considerados pueden ser muy variadas (y algunas inescrutables), pero, en general, todo parecería indicar que los datos tienden a confirmar el viejo aforismo evangélico (Mateo, 4; Lucas, 4) de que «No solo de pan vive el hombre» y que probablemente Durkheim estaba acertado cuando señalaba (precisamente en uno de sus más célebres estudios sociológicos, relacionado con este asunto) que «El suicidio varía en proporción inversa al grado de integración de los grupos sociales a los que pertenece el individuo» (El suicidio, 1897). Una idea a la que darle una vuelta en estos tiempos en los que tanto se tematiza la «identidad del yo», que diría Giddens.