Iguales … ma non troppo

Hace poco tuve la oportunidad, y el placer intelectual, de debatir larga aunque someramente, en el curso de una cena y un posterior paseo, sobre diversos planos del asunto de la igualdad social en España con un amigo periodista de acendradas inclinaciones socialdemócratas. Uno de los aspectos que tocamos fue el de la igualdad económica, presuntamente soporte de la social, que los ciudadanos españoles estaríamos gozando progresivamente, decía él, al socaire del benefactor Estado y sus generosas intervenciones sociales.

Ante su postura de que gracias a la acción del Estado se había aminorado la desigualdad económica, y por tanto la social, en nuestro país en los últimos decenios, argumentaba yo que tal idea no se corresponde con la realidad, que se puede sustanciar con las series temporales de los datos que dan cuenta de la evolución de la mayor o menor igualdad existente en España. El primero de los datos que yo esgrimí para refutar dicha idea es que en un estudio que realicé hace unos pocos años (por cierto publicado en https://socioeconomias.com/2019/03/04/thats-the-question-los-extremenos-cobran-un-30-menos-que-los-vascos-por-hacer-el-mismo-trabajo/) se ponía de manifiesto que la diferencia entre el salario medio de vascos y extremeños había permanecido prácticamente inalterada a lo largo del casi decenio 2008-2016 (en los perceptores masculinos, pero más si cabe entre los femeninos), de manera que afirmar la convergencia en igualdad económica de esos colectivos (que entonces representaban los mejor y peor pagados de la población española) era un error.

Aunque después pasamos a otros temas, en cuya discusión seguimos poniendo de relieve la obvia distancia existente entre un liberal como yo y un socialdemócrata como él, ofrecí enviarle a mi amigo el aludido documento sobre las diferencias salariales de vascos y extremeños para refrendar mi postura. Aceptó, sin demasiado entusiasmo, así que al regresar a Madrid, un par de días después de nuestra agradable cena, y debate, en la bella ciudad de Santander, me puse a recuperar el documento y a complementarlo con otros datos, más actualizados y con una serie temporal más larga. Y fruto de este trabajo son los gráficos comentados que muestro a continuación.

En el anterior gráfico, procedente del mencionado estudio de mi autoría, se observa claramente la magnitud del diferencial entre ambas comunidades autónomas en PIB/cápita, medida relativa que nos informa de la riqueza de ambas poblaciones en términos individuales (que es lo que cuenta realmente, con independencia de la riqueza total de ambas comunidades). La elección de estas dos comunidades autónomas se justifica por el hecho de que en 2008 y en 2016 aparecían como la de menor PIB/cápita (Extremadura) y la segunda con mayor PIB/cápita (País Vasco). Como puede verse, el paso del tiempo, con la correspondiente intervención del Estado, naturalmente, no supone variación alguna de ese diferencial: los vascos y los extremeños, como agregado, siguen presentando prácticamente la misma desigualdad económica durante todo el período considerado. Pero abundemos en esto:

En el gráfico anterior podemos ver ahora la magnitud de ese diferencial para un periodo más largo, de casi 25 años (2000-2022), en el que vuelve a apreciarse la falta de convergencia entre la riqueza individual en ambas poblaciones, observándose incluso una mayor amplitud de ese diferencial en algunos subperiodos. Probablemente resulta oportuno señalar que a mitad de serie (2008) y a final de serie (2022) tanto Extremadura como País Vasco mantenían aproximadamente sus posiciones relativas de PIB/cápita respecto del conjunto nacional, de modo que seguían siendo dos poblaciones apropiadas para estudiar la desigualdad de riqueza individual. Veámoslo ahora con otra óptica:

En el anterior gráfico podemos ver la magnitud de ese diferencial de riqueza individual en ambas poblaciones en términos de la referencia base del año 2000, en el que la fijamos en el valor 100 para luego apreciar en qué medida el PIB/cápita presenta una diferencia mayor o menor que la existente en ese año 2000 (es decir, por encima o por debajo del valor 100). Observamos que dicha diferencia es casi siempre algo mayor que la que ya había en ese año, siendo además la actual (2022, último año con datos consolidados), la mayor de casi todo el periodo considerado.

Así las cosas, todo parece indicar que la desigualdad en España no aparenta haberse reducido de forma apreciable en casi 25 años, con gobiernos de distinto signo en el poder (circunstancia que ha comportado escasas diferencias en la magnitud del gasto público), al menos considerando la riqueza individual en las comunidades autónomas mejor y peor situadas en el panorama económico nacional. Sin embargo, algún lector suspicaz podría maliciarse que en el entero conjunto del país las cosas fuesen distintas a las que se muestran tomando los extremos de PIB/cápita que presentan las poblaciones de las dos comunidades autónomas consideradas. No es así, porque el análisis de las series temporales de PIB/cápita de TODAS las comunidades autónomas arroja diferenciales prácticamente semejantes a los vistos aquí para las dos estudiadas, pero he pensado que otro indicador sintético de la desigualdad podría resumir mejor que la prolijidad de datos de 17+2 series temporales (todas las CC.AA y las dos ciudades autónomas). Y he recurrido al muy conocido y usado Índice de Gini al efecto buscado.

El Índice o Coeficiente de Gini (o su equivalente, la no menos conocida Curva de Lorenz) es un indicador sintético de la desigualdad (o de la igualdad, desde el punto de vista inverso) que presenta dos valores extremos: 0 y 1. Y cuanto más se aproxima el valor del coeficiente a cero menos desigual es la distribución de la riqueza de una población (o, inversamente, cuanto más se aproxima a 1 más desigual es). Así que si una población ofrece un valor de 0,30, pongamos por caso, y otra un valor de 0,40, por ejemplo, concluimos que la primera población es menos desigual que la segunda: la mayor desigualdad se representaría con un valor 1 y la igualdad absoluta con un valor 0 (perdónenme los conocedores de este elemental significado del coeficiente, pero no todo el mundo sabe esto, aunque se dedique al periodismo o a la sociología, digamos). Veamos, pues, qué nos dice el Índice de Gini sobre la igualdad/desigualdad de la población española en los últimos 30 años, aproximadamente.

A la vista del anterior gráfico, no parece que haya habido una variación muy considerable de la distribución de la riqueza en nuestro país, porque el índice oscila en torno al valor 0,32 durante la mayor parte de los años de la serie. La desigualdad económica se reduce un poco en el subperiodo 1995-2004 (gobiernos de Aznar, por cierto), para después crecer hasta situarse por encima de 0,34 en el subperiodo de la Gran Recesión y bajar de nuevo a valores de 0,32 a partir de entonces. O sea, más o menos al mismo nivel que hace 20 años. La conclusión obvia es que la desigualdad (o la igualdad, si se quiere) apenas se ha modificado en España en decenios. Quod erat demostrandum!, podríamos rematar, a la clásica manera.

Sin embargo, cabe poner algún matiz a la información que arrojan los valores del Índice de Gini en España: ¿su débil variabilidad tiene algo que ver con la intervención del Estado benefactor? Lo digo porque la tesis socialdemocráta (y no digamos la socialista a secas) defiende que el Estado tiene un papel decisivo en la consecución de la igualdad económica. Y de ahí su imprescindible e inexcusable papel protagonista en la vida social de un país.

Pero, ¿cómo saber cuál es la entidad de la intervención del Estado en la economía de un país y, por tanto, cuál es el efecto de su poder interventor? La respuesta estándar, tan querida por los socialistas de cualquier especie, es: el Gasto Público. En simple teoría económica y, como gustan de decir los economistas, caeteris paribus (o sea en castellano llano: a igualdad de todo lo demás), un mayor gasto público comporta más intervención del Estado en la economía (y consecuentemente en la entera vida social) y un menor gasto, menos intervención. Cabe entonces plantear que la desigualdad económica (o la igualdad, ya sabemos) y el gasto del Estado están relacionados (“correlacionan”, que dirían los estadísticos), asumida la tesis de que un Estado interventor aminora la desigualdad social. Veamos, pues, qué nos dicen los datos:

¡Sorpresa! Observando el gráfico, que combina la información del coeficiente con la del porcentaje del Gasto Público (de todas las Administraciones del Estado) sobre el Producto Interior Bruto, constatamos que con frecuencia el Índice de Gini disminuye cuando lo hace también el Gasto Público, o sea, que la desigualdad económica y el volumen del Gasto del Estado guardan una relación de efecto inverso (recordemos que valores más bajos del índice nos indican menor desigualdad). No es un fenómeno raro, desde el punto de vista estadístico, si advertimos que el coeficiente de correlación de Pearson (que oscila entre 0 y 1, señalando el 0 ausencia de correlación y el 1 la correlación perfecta; y perdón de nuevo por recordar esto tan elemental) entre ambas variables, Índice y Gasto, alcanza el valor 0,36: una relación entre ambas variables moderada, por tanto, pero indicativa de que mayor Gasto Público se corresponde con mayor desigualdad económica en la población en general. 

Así que, al parecer, no solo sucede que la desigualdad económica en España no ha variado sustancialmente en casi treinta años, sino que la intervención del Estado a través del Gasto Público no ha tenido un papel muy relevante en las muy discretas variaciones que la desigualdad (o la igualdad) ha experimentado, y que el que efectivamente ha tenido parece ser más bien negativo. Los datos frecuentemente tienen consecuencias desmitificadoras. Y ya nos advirtió Carlyle que en particular la Economía es una “ciencia lúgubre”. 

Un comentario final. Los fenómenos sociales no siempre pueden ser contemplados simplemente desde una perspectiva cuantitativa, porque, como decía Max Weber, la acción social es una acción dotada de significado, y este último con frecuencia permanece oculto tras los datos. Pero los datos son objetivos, y cuando no son falsos, naturalmente, describen la realidad. Cosa distinta es cómo los interpretemos, es decir, qué significado les atribuimos. La desigualdad económica es una base fundamental de la desigualdad social (al menos en este mundo actual), así que si los datos nos muestran que una sociedad tiene un cierto grado de desigualdad, es que en efecto tiene ese grado de desigualdad. Luego ya cada cual interpretará si eso es mejor o peor para cada persona o para la sociedad en general, acompañándose de otras consideraciones. Y entre estas últimas, y tratándose de desigualdad en nuestro país, bien pueden considerarse otros ítems al respecto, como que hay leyes que la sancionan, diferenciando penalmente a hombres y mujeres por los mismos hechos (tal como hace la Ley 1/2004 de 28 de diciembre, por ejemplo), o dispensando por razones espurias un indulto a unos políticos que han delinquido gravemente (como a los encarcelados por el “Procés”, exonerados por RD 460/2021 de 22 de junio), beneficio del que no disfrutan los comunes delincuentes. Formas de desigualdad que alguno podría juzgar mucho más graves, porque afectan a un derecho fundamental, como es el de la igualdad ante la Ley, que la mera desigualdad económica, que no siempre es indicativa de la mejor o peor calidad de vida de la gente en un país (por ejemplo, el índice de Gini vale 0,29 en Pakistán y 0,34 en Reino Unido y pocos dirían que es preferible vivir en el primer país que en el segundo: probablemente es mejor más desigualdad y menos pobreza que lo contrario, aunque los socialistas tienden a elegir lo inverso). ¡La desigualdad tiene tantas caras …!

Concluyendo: si de igualdad socioeconómica en nuestro país hablamos, parece que las cosas están más o menos iguales, de hecho, que hace treinta años. Así que, efectivamente, en España somos iguales … ma non troppo!

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