El algodón no engaña: asertos teórico-ideológicos y falsación estadística de la hipótesis del género en la explicación de los “feminicidios”.

Ya en otra ocasión hemos publicado aquí (y ver aquí) una entrada que no se refiere a un asunto estrictamente socioeconómico, aunque posee consecuencias prácticas de esa índole. Además, lo juzgamos, con inmodestia en este caso, suficientemente relevante para darlo a conocer al público general (con el, ahora sí muy modesto, alcance que pueda tener). Si son tan amables, pasen y vean.

Andábamos atareados con el estudio y análisis de los fundamentos de la teoría del género en un asunto que ocupa un lugar destacado dentro de ésta (la etiología de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas: lo que han venido a llamarse “feminicidios”) cuando reparamos en un hecho que por sus características algorítmicas parecía conducir a una sorprendente conclusión estadística: no parecía haber una estructura cuantitativa sólida y robusta que permitiera relacionar consistentemente el «machismo» (como lo define la RAE: remitimos a su definición) y los feminicidios, al menos en nuestro país.

Esta probablemente arriesgada conclusión (arriesgada no por su complejidad técnica, sino por sus implicaciones políticas) podría merecer el inmediato anatema por parte de la comunidad de personas humanas políticamente correctas e incluso de la comunidad científico-social (que, pásmense ustedes, también suele ser políticamente correcta).

Porque si el análisis estadístico de los datos ponía de relieve que los asertos fundamentales que inspiraron la beatífica Ley 1/2004 de 28 de diciembre, conocida como Ley contra la Violencia de Género (LIVG), que señala literalmente en su Exposición de Motivos que la violencia que pretende combatir (la “de género”) es una violencia singular que “se dirige contra las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión” y que más adelante sustancia esa violencia como “… las agresiones sufridas por la mujer como consecuencia de los condicionantes socioculturales que actúan sobre el género masculino y femenino, situándola en una posición de subordinación al hombre”, no gozan del respaldo científico suficiente para aceptarlos como verdad indiscutible, oiga, tenemos un problema (no es políticamente trascendente, porque la política corrientemente ni siquiera se cimenta sobre lo racional, pero los referentes ideológicos no conviene que sean discutibles, que esto siempre es un engorro para la propaganda y la “intervención social”).

Es importante destacar que si en el estudio al que hacemos referencia nos circunscribimos a las agresiones letales calificadas como “feminicidios” (asesinato de una mujer por su pareja o expareja) fue porque constituyen un indicador indiscutible de la violencia que sufren algunas mujeres en un entorno de relación de pareja, que es válido (sirve para medir lo que se quiere medir: violencia física, muy grave) y fiable (lo mide bien, ya que el registro del hecho es preciso e irrefutable), condiciones metodológicas indispensables de la observación científica para determinar la realidad y la entidad de un fenómeno. Otras manifestaciones de la violencia “de género” son más difícilmente aprehensibles en términos cuantitativos, porque sus registros son más imprecisos y discutibles y porque su incidencia real no se puede concretar de modo tan fiable como los feminicidios.

Permítannos hacer aquí un breve excurso para explicar en términos sencillos el fundamento técnico del análisis estadístico que permite cuestionar la solvencia de la hipótesis del género en la explicación de los feminicidios en función del machismo. Es un muy conocido principio científico que si bien una asociación estadística entre dos variables no implica relación de causalidad entre ellas (por ejemplo, la asociación, medida con un determinado coeficiente, entre  número de libros publicados y número de accidentes de ciclistas es muy fuerte, pero no existe relación causal alguna entre ambas cosas), lo inverso es ineluctable: si existe una relación causal entre dos variables, necesariamente ha de haber una asociación estadística entre ambas que la exprese. De modo que, en lo que ahora nos interesa, si hay una causa identificable (el machismo) y un efecto observable (el feminicidio), tiene que apreciarse una relación estadística entre aquélla y éste. Y como la intensidad de la relación entre dos variables se puede medir cuantitativamente, es evidente que si el machismo, cualquiera que fuese el indicador para computar la cantidad de esta escurridiza actitud o comportamiento, y la cantidad de feminicidios producidos, en un cierto lapso de tiempo, estuviesen consistentemente relacionados, como parece afirmar rotundamente la LIVG (y nos dicen continuamente los mass media), el coeficiente que expresa esa relación tendría un valor muy elevado (si el coeficiente varía entre 0 y 1, debería estar muy próximo a 1), máxime si se defiende que la causa eficiente del acto feminicida es el machismo, sin mayores matices y sin estar acompañado de otras variables y circunstancias (como señala la LIVG).

Llevamos a cabo el estudio de este asunto (que puede leerse completo aquí) empleando una metodología característica para determinar relaciones entre variables a lo largo del tiempo (análisis de regresión de series temporales), comparando distintos modelos regresivos (lineales y polinómicos) y lo complementamos con un análisis de “diseño cuasiexperimental con serie temporal sin grupo de control”, utililzando la metodología típica del análisis de series temporales interrumpidas. Las principales conclusiones de la aplicación de esta metodología analítica fueron las siguientes:

  1. El esquema lineal regresivo (con el tiempo como variable criterio estocástica) usado para modelizar la serie cronológica de feminicidios en el periodo 2001-2018 apenas es capaz de explicar estadísticamente un 2% de su variabilidad, mientras que un modelo polinómico de tercer orden alcanza a explicar casi un 55%, lo cual es compatible con un patrón aleatorio del fenómeno o, alternativamente, multicausal
  2. El troceado de la serie en los tramos 2001-2004, 2005-2011 y 2012-2018 no presenta buenos ajustes según un esquema homogéneo de modelos regresivos (es necesario combinar modelos lineales y polinómicos para obtener ajustes aceptables), lo cual es compatible con un fenómeno aleatorio u, opcionalmente, con un modelo multicausal cuyas variables explicativas no están identificadas.
  3. El troceado de la serie de feminicidios en dos tramos, 2001-2004 y 2005-2018, para observar el posible efecto de la Ley 1/2004 (LIVG) como variable “tratamiento” (o “intervención”), empleando las técnicas estadísticas oportunas que complementan la inspección visual de la serie, no indica que haya diferencias significativas entre las medias de feminicidios de ambos tramos de la serie, lo cual sugiere que la ley no tiene efecto apreciable en el fenómeno feminicida y nos conduce de nuevo al patrón aleatorio (o multicausal indeterminado) en los casos computados del mismo.

El conjunto de resultados estadísticos anteriormente señalados respecto del feminicidio sugiere un fenómeno de etiología compleja y múltiple, con variables intervinientes indefinidas, que no autoriza una explicación monocausal estructural y que más bien remite a conductas individuales que no responden a un patrón motivacional general que se pueda determinar científicamente. No encontramos evidencias estadísticas que posibiliten establecer un factor causal único de los feminicidios como podría ser el “machismo”: los casos registrados de feminicidios en forma de serie temporal remiten a un patrón aleatorio (o tal vez multicausal indeterminado) que no permite asignar una causa general concreta. Posiblemente, el estadísticamente nulo efecto de la LIVG sobre la frecuencia registrada de feminicidios reside en que atribuye la causalidad de estos crímenes a un factor que no la posee con carácter general y por ello no tiene efectos estadísticos apreciables.

Estas conclusiones conducían a refutar la “hipótesis del género” como origen y causa de todas las agresiones, y especialmente las letales, a las mujeres en nuestro país por parte de sus victimarios. La consideración del “machismo” como motor fundamental de los feminicidios, sin distingos circunstanciales, psicológicos, patológicos, de historia de vida, económicos y sociológicos, agrupando indiferenciadamente no sólo a todos los varones sino a todas las estructuras culturales concurrentes de modo intemporal, parece una suposición teórica que no goza del refrendo empírico para sostenerse en términos científicos.

Asesinatos hombres y mujeres por pareja 2001-2019

Todo lo anterior parecía bien trabado en términos técnicos y podía entenderse además como una contribución para una mejor comprensión de un fenómeno criminológico persistente, de incidencia prácticamente invariable en los últimos veinte años, sin que leyes ni observatorios ni juzgados especiales consigan aminorarlo sustantivamente (véase el gráfico que acompaña estas líneas). Teníamos dudas sobre que la solvencia técnica o el noble propósito científico y moral antes mencionado fuesen razones suficientes para salvar las más que probables resistencias a admitir el estudio en algún soporte de comunicación (¿alguna revista académica “del área”?) que lo pusiera a disposición de los críticos de uno u otro signo, pero pensamos que tal vez las barreras ideológicas no fueran del todo infranqueables si los datos obtenidos eran relevantes para el debate científico. El caso es que un intento de publicar los resultados de nuestro estudio estadístico en una revista académica resultó infructuoso: los revisores esgrimieron en su negativa respuesta argumentos basados no en cuestiones propiamente técnico-científicas (más allá de que parecían desconocer los fundamentos básicos de la metodología analítica empleada), sino en consideraciones políticas, ideológicas y “morales”, incluso escandalizados de que se tematizasen los ya indiscutibles (!!!) asertos generales de la “hipótesis del género”. Nunca nos hicimos muchas ilusiones respecto de la receptividad de la comunidad científica a trabajos que ponen en cuestión los mandamientos de la corrección política (véase, por ejemplo, el caso bien conocido y ya citado aquí más arriba del artículo matemático-estadístico del profesor Theodore P. Hill), así que declinamos tanto la invitación a corregir el enfoque como la tentación de someter a otra criba más o menos humillante un estudio que, por otra parte, no nos hace ganar nada, ni en lo profesional ni en lo académico ni en lo económico, solamente llevado a cabo por una modesta inquietud intelectual y una cierta incredulidad ante el hecho de que, aparentemente, nadie había señalado antes que “el rey está desnudo”, a pesar de que parecía evidente que lo estaba (y lo sigue estando).

Así las cosas, y para que el esfuerzo realizado no resulte del todo baldío, y para que alguien interesado más en la verdad que en la ideología tenga la oportunidad de someter a una crítica honrada una información que creemos aprovechable, hemos colgado en una plataforma de divulgación científica el estudio completo (como hemos dicho, aquí) y lo hemos comentado también en este blog para que puedan acceder al mismo todos aquellos que crean que tal vez convenga echarle un vistazo. No es un texto fácil para no iniciados, pero tampoco es excesivamente abstruso. Si tiene lectores, ¡que les aproveche!.